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GRANDES HAZAÑAS AERONÁUTICAS: EL PRIMER CRUCE AÉREO DE LOS ANDES

Por Alejandro Vidal


 

Tras los primeros avances de la incipiente aviación nacional – sobre todo a partir de la creación de la Escuela Militar de Aviación en 1912 – los intrépidos pilotos de la época, con sus aún precarias máquinas voladoras, pronto intentaron extender las distancias de sus vuelos llegando “más alto y más lejos”.

Así, surgieron nuevos récords de distancia y velocidad tanto en globos aerostáticos como en aeroplanos.

Uno de los mayores desafíos de los aviadores criollos era, sin dudas, el cruce por aire de la cordillera de los Andes, algo que hasta entonces sólo se había podido lograr a través de valles y quebradas, a lomo de caballo o mula como lo había hecho el Ejército de los Andes en 1817.

Ya a principios de 1914, el ingeniero Jorge Newbery, después de establecer un “récord” de altura volando sobre El Palomar a más de 6.000 metros de altura, se trasladó a Mendoza con el fin de hacer los preparativos para realizar el que pudo ser el primer cruce aéreo sobre los Andes de la historia. La fatalidad hizo que ese proyecto quedase frustrado al morir en un accidente durante un vuelo de exhibición, el 1º de marzo de ese año.

Pocos días después, en homenaje a su amigo Newbery, el ingeniero Alberto Mascías intentó el cruce, fracasando al accidentarse con su máquina.

Habría que esperar hasta 1916 para que se lograse la hazaña del cruce aéreo; no en aeroplano sino en globo aerostático, travesía compartida por el ingeniero Eduardo Bradley y el capitán del Ejército Argentino Ángel María Zuloaga.

Eduardo Bradley (1887-1951), nativo de La Plata, se acercó desde muy joven a la incipiente actividad aérea en el país; con 22 años de edad, acompañó a Jorge Newbery a bordo del globo libre “Patriota”, el 9 de octubre de 1909.

El 28 de septiembre de 1912, en un vuelo nocturno efectuado entre Belgrano y Carmen de Areco y a bordo del globo “Cóndor”, obtuvo el brevet de Piloto de Globo nº12. De allí en más desarrolló una intensa actividad aerostática, marcando diversos “récords” de altura y distancia.

Así, el 9 de noviembre de 1913, con el globo “Pampero II”, junto a tres acompañantes, llevó a cabo un vuelo entre Bernal y Tandil (310 km) con una duración de 13 horas y 10 minutos.

El 14 de diciembre batió el “récord” de altura, elevándose a 4.000 metros, a bordo del “Pampero II”, en el trayecto Bernal – Dolores (Uruguay), recorriendo 506 kilómetros.

El 8 de marzo de 1914 (una semana después de la trágica muerte de Newbery, y junto al teniente primero Ángel María Zuloaga, a bordo del globo “Centenario”, Bradley obtuvo el “récord” americano de altura, de 6.050 metros en el vuelo efectuado entre Quilmes – Tigre, que les insumió 5 horas y 35 minutos.

 

Ángel María Zuloaga (1885-1975), oriundo de Mendoza, había egresado del Colegio Militar de la Nación en 1907 como subteniente del arma de artillería. Ya era socio del Aero Club Argentino cuando ingresó en la Escuela Militar de Aviación de El Palomar como integrante del tercer curso de aviadores, obteniendo el brevet nº64 de Piloto Aviador, el 4 de febrero de 1915 y el de Piloto de Globo nº30, el 24 de mayo de 1915.

Tras el exitoso vuelo del 8 de marzo, Bradley comenzó a concebir la idea del cruce de los Andes en globo.

“La Cordillera de los Andes era un antiguo amor de mi alma, como es, a no dudarlo, el amor de todos los argentinos y como todos los grandes amores, bien pronto convirtióse en mi idea fija, en un ensueño permanente, en el norte hacia el cual se dirigió mi vida, seducida por esas nieves tan altas y tan blancas, y acaso atraído por el abismo, porque el abismo nunca deja de llamar a los hombres; y fue por ello, tal como lo dejé dicho, que abandoné todo, el hogar cálido en caricias, el afecto de los amigos y los encantos del país de cuna y me marché en alas de mi bella e intensa quimera, con el firme propósito de ganarle una victoria al espacio, otra a los vientos y otra a las cumbres afiladas, no para mí, sino para el hogar, los amigos y la patria que dejaba en busca del triunfo o de la muerte”1

El 7 de febrero de 1915 le fue otorgado a Bradley el brevet de Piloto Aviador nº 69, al volante de un Farman II.

El 13 de abril logró otro “récord” de permanencia en el aire – 28 horas y 10 minutos – en un vuelo realizado entre Bernal y Piedras de Afilar (Uruguay). Tiempo más tarde daba a conocer su proyecto a Zuloaga, quien aceptó sumarse a la empresa con el riesgo que la misma implicaba.

El 22 de octubre, y junto al ahora capitán Zuloaga, unió Belgrano con Sao Leopoldo (Brasil), en 11 horas y 5 minutos, logrando el “récord” de distancia.

En febrero de 1916 y después de diversos ensayos efectuados con gases para procurar la altura necesaria para la travesía andina, Bradley solicitó el apoyo del Aero Club Argentino (del cual era miembro y, como tal, había integrado el primer plantel de profesores de la Escuela Militar de Aviación), entidad que le suministró los globos “Eduardo Newbery” y “Teniente Origone”, más la colaboración de Hernán Mazzoleni, instructor y preparador de aerostatos de aquélla y del Dr.Guillermo Schulz, quien le proporcionó las cartas aerológicas de la cordillera.

De los estudios efectuados se concluyó que por la dirección predominante de los vientos en altura, era más favorable despegar desde territorio chileno. En consecuencia, en marzo de 1916, Bradley junto a Zuloaga se dirigieron en tren a la nación vecina, integrando la delegación argentina al Primer Congreso Panamericano de Aviación .

Al terminar el mismo, permanecieron en Santiago para iniciar los preparativos tendientes al cruce aéreo del macizo cordillerano.

La falta de un tipo de gas apto para lograr la altura requerida para el vuelo prolongó los costosos intentos por más de tres meses, lo que les valió reproches tanto del Aero Club Argentino – por la demora en reintegrar los elementos cedidos – como del ministerio de Guerra, por la prolongada ausencia del servicio del capitán Zuloaga. A ello se sumaban las burlas de uno y otro lado de la cordillera ante lo que consideraban un fracaso.

Finalmente, después de varios intentos de vuelo poco satisfactorios, se consiguió un gas especial, mezcla de hidrógeno con gas de alumbrado producido en la usina de San Borja (cercano a Santiago), logrado lo cual, a las 8:30 horas del día 24 de junio de 1916, en una cruda mañana de invierno, el intrépido dúo se elevó lentamente en el “Eduardo Newbery” mientras desde tierra los despedían a la voz de “¡Adiós, cabezas duras!”;

En sus Memorias, Bradley relataba la emoción que sentían mientras el globo sobrepasaba lentamente las cumbres andinas:

“No se divisaban sino montañas completamente heladas hacia cualquiera de los puntos cardinales que dirigíamos la vista; aquello era algo dantesco y de una soledad grandiosa, en la que el silencio de la gran altura solo se interrumpía de vez en cuando por los extraños rugidos del viento que azotaba los picachos; y aquel océano infinito de nieves, en las partes profundas y sombreadas adquiría tintes azulados que hacían resaltar la blancura de aquellas que alumbraba el sol…”.2

A eso de las 11 horas ingresaron en territorio argentino, sobrevolando el cerro Juncal. Sin embargo, todavía les faltaba un largo trecho por recorrer, y para evitar un descenso brusco de la altura cuando todavía sobrevolaban montañas cuyas alturas oscilaban entre los 4.000 y 5.000 metros, en una región absolutamente desolada, debieron lanzar a falta de lastre – que se había arrojado totalmente – las provisiones, el botiquín y algunos instrumentos, todo con gran esfuerzo puesto que la altura en esos momentos producía una fatiga y agotamiento enorme, en palabras de Bradley.

En un determinado momento divisaron una quebrada y un río en lo profundo de la misma que, por las cartas, era el Mendoza; pronto sus ojos distinguieron una estación de tren y las vías a la par del río.

Siguiendo la línea ferroviaria, pasaron sobre distintas estaciones hasta divisar un valle verde que era el de Uspallata; allí decidieron iniciar el descenso pero a unos 4.000 metros, unos fuertes vientos arremolinados impulsaron un descenso brusco y, ante el riesgo de estrellarse contra las escarpadas montañas, Bradley procedió a desgarrar rápidamente el globo, que cayó rodando por un despeñadero hasta que quedó enredado entre zarzas y piedras.

Eran las 12, hora chilena… el viaje había durado unas tres horas y media. Se había cumplido una de las más grandes proezas de la historia aeronáutica.

Bradley y Zuloaga fueron rescatados por una partida llegada desde la estación de Uspallata. De la oficina de Correos y Telégrafos de dicha población se emitieron los primeros mensajes que informaban al mundo de la hazaña obtenida.

Al día siguiente fueron trasladados en un tren especial hasta Mendoza, en donde fueron objeto de una recepción popular y de un agasajo en el Jockey Club.

Un día después, ambos fueron llevados en otro tren especial a Buenos Aires, llegando a la estación Retiro en donde los esperaba una multitud entusiasta.

Previo paso por el Círculo Militar, los héroes fueron llevados en andas al Club de Gimnasia y Esgrima, en donde fueron reconocidos como Socios Honorarios.

Posteriormente, y por unos dos meses más, recibieron diversos reconocimientos como una medalla de oro del Congreso Nacional y el uso del brevet de Aviador Militar en oro. Asimismo fueron invitados por el gobierno de Chile que les otorgó la Orden al Mérito en su máximo grado.

En la estación de Uspallata, y por iniciativa de la Comisión Nacional de Homenaje, fue colocada una placa de bronce que rezaba:

“Sursum in excelsis3. Eduardo Bradley – Ángel María Zuloaga. De Santiago de Chile a Uspallata. Aquí descendieron los aeronautas argentinos que realizaron la travesía aérea de los Andes, haciendo flamear la bandera argentina y dando gloria a su patria”.

En los años posteriores, Bradley desempeñó una importante labor en la Dirección General de Aeronáutica Civil así como en el rubro de la aviación aerocomercial, siendo gerente local de la Pan American Grace Airways, Inc.

En 1968, Uruguay lo designó Benemérito de su aviación y en 1970, fue nombrado Precursor de la Aeronáutica Argentina. Falleció en Buenos Aires el 3 de mayo de 1951.

Por su parte Zuloaga realizó una brillante carrera en la Aviación Militar, ejerciendo los cargos de Director de la Escuela Militar de Aviación tras su recreación en 1925, Director General de Aeronáutica, Agregado Militar, Comandante de Aviación del Ejército y Director General de Personal de la Fuerza. Fue asimismo el primer aviador militar en llegar al generalato y – junto al también general Antonio Parodi – los dos primeros brigadieres de la Fuerza Aérea autónoma. Después de 1945 pasó a retiro y, en 1956, también junto a Parodi, en reconocimiento a su extensa trayectoria en la Aeronáutica Militar, fue ascendido a Brigadier General.

Escribió diversas obras, siendo la más relevante La Victoria de las Alas. El brigadier general Zuloaga falleció en Buenos Aires el 29 de agosto de 1975. Por Ley nº18559, del 21 de enero de 1970, ambos fueron designados Precursores de la Aeronáutica Argentina.

En el Museo Nacional de Aeronáutica se conserva la barquilla del globo “Eduardo Newbery”, a cuyo bordo realizaron la proeza del cruce.

 

 

Notas:

1 Bradley, Eduardo. Hazañas argentinas

2 Bradley, Eduardo. Op.cit.págs.29-30

3 Del latín – “Arriba en lo más alto”

 

Bibliografía consultada:

BIEDMA RECALDE, Antonio M. Crónica Histórica de la Aeronáutica Argentina. Colección Aeroespecial Argentina, Bs.As., 1969.

BRADLEY, Eduardo y CANDELARIA, Luis C. (Tte,) Hazañas argentinas - Memorias de las primeras travesías aéreas de los Andes. Editorial Argentina “Aviación”, Bs.As., 1937.

LIRONI, Julio Víctor. Génesis de la Aviación Argentina. Artes Gráficas Congreso, Bs.As., 1971.

VIDAL, Alejandro. Aeronáutica Militar Argentina – Génesis y evolución hasta su autonomía institucional. Editorial Autores de Argentina, Bs.As., 2021.

ZULOAGA, Ángel María. Brig.Gral. La victoria de las alas. Colección Aeronáutica Argentina, Vol.52. Bs.As., 1958.

 

 

DEPARTAMENTO INVESTIGACIONES HISTÓRICAS MNA - 24-06-2024

 

 

 

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